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bradomin
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Registrado: 22 Oct 2003
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MensajePublicado: Vie Ene 19, 2007 4:28 pm 
Asunto: Poe

Edgar Poe nació en Boston, el 19 de enero de 1809. Huérfano desde los dos años, usó como segundo nombre el apellido, Allan, de su padre adoptivo.
No muchos autores han tenido el privilegio de contar con dos "peazo traductores" como los que tuvo Poe. Así que voy a transcribir el comienzo de su historia, La carta robada, seguida de su traducción por Julio Cortázar y su traducción por Jorge Luis Borges. Podéis leer los textos completos (y otras obras de Poe) en:
http://www.lamaquinadeltiempo.com/Poe/indexpoe.htm


The Purloined Letter

AT Paris, just after dark one gusty evening in the autumn of 18--, I was enjoying the twofold luxury of meditation and a meerschaum, in company with my friend C. Auguste Dupin, in his little back library, or book-closet, au troisieme, No. 33, Rue Dunot, Faubourg St. Germain. For one hour at least we had maintained a profound silence; while each, to any casual observer, might have seemed intently and exclusively occupied with the curling eddies of smoke that oppressed the atmosphere of the chamber. For myself, however, I was mentally discussing certain topics which had formed matter for conversation between us at an earlier period of the evening; I mean the affair of the Rue Morgue, and the mystery attending the murder of Marie Roget. I looked upon it, therefore, as something of a coincidence, when the door of our apartment was thrown open and admitted our old acquaintance, Monsieur G--, the Prefect of the Parisian police.

We gave him a hearty welcome; for there was nearly half as much of the entertaining as of the contemptible about the man, and we had not seen him for several years. We had been sitting in the dark, and Dupin now arose for the purpose of lighting a lamp, but sat down again, without doing so, upon G.'s saying that he had called to consult us, or rather to ask the opinion of my friend, about some official business which had occasioned a great deal of trouble.

"If it is any point requiring reflection," observed Dupin, as he forbore to enkindle the wick, "we shall examine it to better purpose in the dark."

"That is another of your odd notions," said the Prefect, who had a fashion of calling every thing "odd" that was beyond his comprehension, and thus lived amid an absolute legion of "oddities."

"Very true," said Dupin, as he supplied his visitor with a pipe, and rolled towards him a comfortable chair.

"And what is the difficulty now?" I asked. "Nothing more in the assassination way, I hope?"

"Oh no; nothing of that nature. The fact is, the business is very simple indeed, and I make no doubt that we can manage it sufficiently well ourselves; but then I thought Dupin would like to hear the details of it, because it is so excessively odd."

"Simple and odd," said Dupin.

"Why, yes; and not exactly that, either. The fact is, we have all been a good deal puzzled because the affair is so simple, and yet baffles us altogether."

"Perhaps it is the very simplicity of the thing which puts you at fault," said my friend.


Traducción de Cortázar:

Me hallaba en París en el otoño de 18... Una noche, después de una tarde ventosa, gozaba del doble placer de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca o gabinete de estudios del nº 33, rue Dunôt, du troisieme, Faubourg Saint-Germain. Llevábamos más de una hora en profundo silencio, y cualquier observador casual nos hubiera creído exclusiva y profundamente dedicados a estudiar las onduladas capas de humo que llenaban la atmósfera de la sala. Por mi parte, me había entregado a la discusión mental de ciertos tópicos sobre los cuales habíamos departido al comienzo de la velada; me refiero al caso de la rue Morgue y al misterio del asesinato de Marie Rogêt. No dejé de pensar, pues, en una coincidencia, cuando vi abrirse la puerta para dejar pasar a nuestro viejo conocido G.... el prefecto de la policía de París.

Lo recibimos cordialmente, pues en aquel hombre había tanto de despreciable como de divertido, y llevábamos varios años sin verlo. Como habíamos estado sentados en la oscuridad, Dupin se levantó para encender una lámpara , pero volvió a su asiento sin hacerlo cuando G... nos hizo saber que venía a consultarnos, o, mejor dicho, a pedir la opinión de mi amigo sobre cierto asunto oficial que lo preocupaba grandemente.

—Si se trata de algo que requiere reflexión —observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha— será mejor examinarlo en la oscuridad.

—He aquí una de sus ideas raras —dijo el prefecto, para quien todo lo que excedía su comprensión era "raro", por lo cual vivía rodeado de una verdadera legión de rarezas".

—Muy cierto —repuso Dupin, entregando una pipa a nuestro visitante y ofreciéndole un confortable asiento.

—¿Y cuál es la dificultad? —preguntó. Espero que no sea otro asesinato.

—¡Oh, no, nada de eso! Por cierto que es un asunto muy sencillo y no dudo de que podremos resolverlo perfectamente bien por nuestra cuenta; de todos modos pensé que a Dupin le gustaría conocer los detalles, puesto que es un caso muy raro.

—Sencillo y raro —dijo Dupin.

—Justamente. Pero tampoco es completamente eso. A decir verdad, todos estamos bastante confundidos, ya que la cosa es sencillísima y, sin embargo, nos deja perplejos.

—Quizá lo que los induce a error sea precisamente la sencillez del asunto —observó mi amigo.


Traducción de Borges:

EN un desapacible anochecer del otoño de 18... me hallaba en París, gozando de la doble fruición de la meditación taciturna y del nebuloso tabaco, en compañía la de mi amigo C. Auguste Dupin, en su biblioteca, au troisiéme, Nº 33 Rue Dunôt, Faubourg St. Germain. Hacía lo menos una hora que no pronunciábamos una palabra: parecíamos lánguidamente ocupados en los remolinos de humo que empañaban el aire. Yo, sin embargo, estaba recordando ciertos problemas que habíamos discutido esa tarde; hablo del doble asesinato de la Rue Morgue y de la desaparición de Marie Rogêt. Por eso me pareció una coincidencia que apareciera, en la puerta de la biblioteca, Monsieur G., Prefecto de la policía de París.

Le dimos una bienvenida sincera, porque el hombre era casi tan divertido como despreciable, y hacía varios años que no lo veíamos. Estábamos a oscuras cuando entró, y Dupin se levantó con el propósito de encender una lámpara, pero volvió a sentarse sin haberlo hecho, porque G. dijo que había venido a consultarnos, o más bien a consultar a Dupin, sobre un asunto oficial que les daba mucho trabajo.

—Si se trata de algo que requiere reflexión —observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha lo examinaremos mejor en la oscuridad.

Esa es otra de sus ideas raras —dijo el prefecto, que llamaba raro a todo lo que no comprendía, y vivía, por consiguiente, entre una legión de rarezas.

—Es la verdad —respondió Dupin, ofreciéndole un sillón y una pipa.

—¿Cuál es el problema? —interrogué—, ¿otro asesinato?

—No, nada de eso. El asunto es muy simple y no dudo que lo resolverán mis agentes; pero he pensado que a Dupin le gustaría oír los detalles. Son muy extraños.

—Extraños y simples —dijo Dupin.

—Y bien, sí. El problema es simple, y sin embargo nos desconcierta.

—Quizá es precisamente la simplicidad lo que los desconcierta.
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MensajePublicado: Sab Ene 20, 2007 2:45 pm 
Asunto: Joaquín Álvarez Quintero

Joaquín Álvarez Quintero nació en Utrera, Sevilla, el 20 de enero de 1873, casi dos años después que su hermano Serafín. Juntos firmaron todas sus obras, incluso las que Joaquín escribió durante los seis años en que sobrevivió a Serafín (¡esto sí que son obras póstumas). Juntos dominaron la escena española durante la primera mitad del siglo XX.

AUTORRETRATO

Fuimos... entre espigas y olivares:
el uno esperó al otro en la lactancia,
y en el primer pinito de la infancia
ya escribimos comedias y cantares

Después... libros, y novias y billares
(¡memorias que ilumina la distancia!)
luego... una juventud cuya fragancia
envenenan agobios y pesares.

Fuimos... cuanto hay que ser: covachuelistas,
estudiantes, "diablillos", editores,
críticos, "pintamonos", retratistas...

Y hoy, como ayer, sencillos escritores
que siguen, a la luz de sus conquistas,
sembrando sueños por que nazcan flores.


("Covachuelistas" eran los funcionarios de las "covachuelas", ministerios y otras administraciones públicas).
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MensajePublicado: Lun Ene 22, 2007 12:13 pm 
Asunto: Lord Byron

George Gordon Byron nació en Londres, el 22 de enero de 1788.


So We'll Go no More a Roving

So, we'll go no more a roving
So late into the night,
Though the heart be still as loving,
And the moon be still as bright.

For the sword outwears its sheath,
And the soul wears out the breast,
And the heart must pause to breathe,
And love itself have rest.

Though the night was made for loving,
And the day returns too soon,
Yet we'll go no more a roving
By the light of the moon.


No volveremos, pues, a pasear

No volveremos, pues, a pasear
tan entrada la noche,
aunque el corazón esté igual de enamorado
y la luna igual de brillante.

Porque la espada dura más que su vaina,
y el alma desgasta su cuerpo,
y el corazón debe pararse a respirar,
y el mismo amor necesita descanso.

Para amar se hizo la noche,
y amanece demasiado pronto,
pero no volveremos a pasear
a la luz de la luna.
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MensajePublicado: Mar Ene 23, 2007 12:08 pm 
Asunto: Stendhal

Henri Beyle, que en la república de las letras se llamó Stendhal, nació en Grenoble el 23 de enero de 1783.

Le 15 mai 1796, le général Bonaparte fit son entrée dans Milan à la tête de cette jeune armée qui venait de passer le pont de Lodi, et d'apprendre au monde qu'après tant de siècles César et Alexandre avaient un successeur. Les miracles de bravoure et de génie dont l'Italie fut témoin en quelques mois réveillèrent un peuple endormi; huit jours encore avant l'arrivée des Français, les Milanais ne voyaient en eux qu'un ramassis de brigands, habitués à fuir toujours devant les troupes de Sa Majesté Impériale et Royale: c'était du moins ce que leur répétait trois fois la semaine un petit journal grand comme la main, imprimé sur du papier sale.
[...]
La masse de bonheur et de plaisir qui fit irruption en Lombardie avec ces Français si pauvres fut telle que les prêtres seuls et quelques nobles s'aperçurent de la lourdeur de cette contribution de six millions, qui, bientôt, fut suivie de beaucoup d'autres. Ces soldats français riaient et chantaient toute la journée; ils avaient moins de vingt-cinq ans, et leur général en chef, qui en avait vingt-sept, passait pour l'homme le plus âgé de son armée. Cette gaieté, cette jeunesse, cette insouciance, répondaient d'une façon plaisante aux prédications furibondes des moines qui, depuis six mois, annonçaient du haut de la chaire sacrée que les Français étaient des monstres, obligés, sous peine de mort, à tout brûler et à couper la tête à tout le monde. A cet effet, chaque régiment marchait avec la guillotine en tête.

La Chartreuse de Parme


El 15 de mayo de 1796, el general Bonaparte hizo su entrada en Milán a la cabeza de aquel joven ejército que acababa pasar el puente de Lodi y de enseñar al mundo que, después de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor. Los prodigios de valor y de ingenio que Italia presenció en pocos meses despertaron a un pueblo dormido; apenas ocho días antes de la llegada de los franceses, los milaneses sólo los veían como un hatajo de bandoleros, acostumbrados a huir ante las tropas de Su Majestad Imperial y Real: eso era al menos lo que les repetía tres veces por semana un periódicucho no más grande que la mano, impreso en papel sucio.
[...]
La oleada de felicidad y alegría que irrumpió en Lombardía con aquellos franceses tan pobres fue tanta que sólo los curas y algunos nobles notaron el peso de esta contribución de seis millones, que pronto fue seguida por muchas otras. Aquellos soldados franceses reían y cantaban todo el día; tenían menos de veinticinco años, y su general en jefe, que tenía veintisiete, pasaba por ser el hombre de más edad de su ejército. Esta alegría, esta juventud, esta despreocupación, eran la burlona respuesta a las prédicas furibundas de los monjes que, desde hacía seis meses, anunciaban desde el púlpito sagrado que los franceses eran monstruos, obligados, bajo pena de muerte, a quemarlo todo y a cortar la cabeza a todo el mundo. Para ello, cada regimiento marchaba con la guillotina por delante.
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MensajePublicado: Mie Ene 24, 2007 11:24 am 
Asunto: E. T. A. Hoffmann

Ernst Theodor Wilhelm Hoffmann nació en Königsberg (Prusia Oriental); hoy Kaliningrado (Rusia), el 24 de enero de 1776. A los 36 años se cambió el tercer nombre, Wilhelm, por el de Amadeus, en honor a un tal Mozart, un músico que alcanzó cierta notoriedad antes de Operación Triunfo.

Como no entiendo ni papa de alemán, usaré la traducción que ofrece Wikisource:

Außer dem Mittagsessen sahen wir, ich und mein Geschwister, tagüber den Vater wenig. Er mochte mit seinem Dienst viel beschäftigt sein. Nach dem Abendessen, das alter Sitte gemäß schon um sieben Uhr aufgetragen wurde, gingen wir alle, die Mutter mit uns, in des Vaters Arbeitszimmer und setzten uns um einen runden Tisch. Der Vater rauchte Tabak und trank ein großes Glas Bier dazu. Oft erzählte er uns viele wunderbare Geschichten und geriet darüber so in Eifer, daß ihm die Pfeife immer ausging, die ich, ihm brennend Papier hinhaltend, wieder anzünden mußte, welches mir denn ein Hauptspaß war. Oft gab er uns aber Bilderbücher in die Hände, saß stumm und starr in seinem Lehnstuhl und blies starke Dampfwolken von sich, daß wir alle wie im Nebel schwammen. An solchen Abenden war die Mutter sehr traurig und kaum schlug die Uhr neun, so sprach sie: »Nun Kinder! - zu Bette! zu Bette! der Sandmann kommt, ich merk es schon.« Wirklich hörte ich dann jedesmal etwas schweren langsamen Tritts die Treppe heraufpoltern; das mußte der Sandmann sein. Einmal war mir jenes dumpfe Treten und Poltern besonders graulich; ich frug die Mutter, indem sie uns fortführte: »Ei Mama! wer ist denn der böse Sandmann, der uns immer von Papa forttreibt? - wie sieht er denn aus?« - »Es gibt keinen Sandmann, mein liebes Kind«, erwiderte die Mutter: »wenn ich sage, der Sandmann kommt, so will das nur heißen, ihr seid schläfrig und könnt die Augen nicht offen behalten, als hätte man euch Sand hineingestreut.« - Der Mutter Antwort befriedigte mich nicht, ja in meinem kindischen Gemüt entfaltete sich deutlich der Gedanke, daß die Mutter den Sandmann nur verleugne, damit wir uns vor ihm nicht fürchten sollten, ich hörte ihn ja immer die Treppe heraufkommen. Voll Neugierde, Näheres von diesem Sandmann und seiner Beziehung auf uns Kinder zu erfahren, frug ich endlich die alte Frau, die meine jüngste Schwester wartete: was denn das für ein Mann sei, der Sandmann? »Ei Thanelchen«, erwiderte diese, »weißt du das noch nicht? Das ist ein böser Mann, der kommt zu den Kindern, wenn sie nicht zu Bett gehen wollen und wirft ihnen Händevoll Sand in die Augen, daß sie blutig zum Kopf herausspringen, die wirft er dann in den Sack und trägt sie in den Halbmond zur Atzung für seine Kinderchen; die sitzen dort im Nest und haben krumme Schnäbel, wie die Eulen, damit picken sie der unartigen Menschenkindlein Augen auf.« - Gräßlich malte sich nun im Innern mir das Bild des grausamen Sandmanns aus; sowie es abends die Treppe heraufpolterte, zitterte ich vor Angst und Entsetzen. Nichts als den unter Tränen hergestotterten Ruf. »Der Sandmann! der Sandmann! « konnte die Mutter aus mir herausbringen. Ich lief darauf in das Schlafzimmer, und wohl die ganze Nacht über quälte mich die fürchterliche Erscheinung des Sandmanns. - Schon alt genug war ich geworden, um einzusehen, daß das mit dem Sandmann und seinem Kindernest im Halbmonde, so wie es mir die Wartefrau erzählt hatte, wohl nicht ganz seine Richtigkeit haben könne; indessen blieb mir der Sandmann ein fürchterliches Gespenst, und Grauen - Entsetzen ergriff mich, wenn ich ihn nicht allein die Treppe heraufkommen, sondern auch meines Vaters Stubentür heftig aufreißen und hineintreten hörte. Manchmal blieb er lange weg, dann kam er öfter hintereinander. Jahrelang dauerte das, und nicht gewöhnen konnte ich mich an den unheimlichen Spuk, nicht bleicher wurde in mir das Bild des grausigen Sandmanns. Sein Umgang mit dem Vater fing an meine Fantasie immer mehr und mehr zu beschäftigen: den Vater darum zu befragen hielt mich eine unüberwindliche Scheu zurück, aber selbst - selbst das Geheimnis zu erforschen, den fabelhaften Sandmann zu sehen, dazu keimte mit den Jahren immer mehr die Lust in mir empor. Der Sandmann hatte mich auf die Bahn des Wunderbaren, Abenteuerlichen gebracht, das so schon leicht im kindlichen Gemüt sich einnistet. Nichts war mir lieber, als schauerliche Geschichten von Kobolten, Hexen, Däumlingen usw. zu hören oder zu lesen; aber obenan stand immer der Sandmann, den ich in den seltsamsten, abscheulichsten Gestalten überall auf Tische, Schränke und Wände mit Kreide, Kohle, hinzeichnete. Als ich zehn Jahre alt geworden, wies mich die Mutter aus der Kinderstube in ein Kämmerchen, das auf dem Korridor unfern von meines Vaters Zimmer lag. Noch immer mußten wir uns, wenn auf den Schlag neun Uhr sich jener Unbekannte im Hause hören ließ, schnell entfernen. In meinem Kämmerchen vernahm ich, wie er bei dem Vater hineintrat und bald darauf war es mir dann, als verbreite sich im Hause ein feiner seltsam riechender Dampf. Immer höher mit der Neugierde wuchs der Mut, auf irgend eine Weise des Sandmanns Bekanntschaft zu machen. Oft schlich ich schnell aus dem Kämmerchen auf den Korridor, wenn die Mutter vorübergegangen, aber nichts konnte ich erlauschen, denn immer war der Sandmann schon zur Türe hinein, wenn ich den Platz erreicht hatte, wo er mir sichtbar werden mußte. Endlich von unwiderstehlichem Drange getrieben, beschloß ich, im Zimmer des Vaters selbst mich zu verbergen und den Sandmann zu erwarten.

Der Sandmann


Salvo en las horas de las comidas, mis hermanos y yo veíamos a mi padre bastante poco. Estaba muy ocupado en su trabajo. Después de la cena, que, conforme a las antiguas costumbres, se servía a las siete, íbamos todos, nuestra madre con nosotros, al despacho de nuestro padre, y nos sentábamos a una mesa redonda. Mi padre fumaba su pipa y bebía un gran vaso de cerveza. Con frecuencia nos contaba historias maravillosas, y sus relatos le apasionaban tanto que debaja que su pipa se apagase; yo estaba encargado de encendérsela de nuevo con una astilla prendida, lo cual me producía un indescriptible placer. También a menudo nos daba libros con láminas; y permanecía silencioso e inmóvil en su sillón apartando espesas nubes de humo que nos envolvían a todos como la niebla. En este tipo de veladas, mi madre estaba muy triste, y apenas oía sonar las nueve, exclamaba: «Vamos niños, a la cama... ¡el Hombre de Arena está al llegar...! ¡ya le oigo!» Y, en efecto, se oían entonces retumbar en la escalera graves pasos; debía ser el Hombre de Arena. En cierta ocasión, aquel ruido me produjo más escalofrío que de costumbre y pregunté a mi madre mientras nos acompañaba:

–¡Oye mamá! ¿Quién es ese malvado Hombre de Arena que nos aleja siempre del lado de papá? ¿Qué aspecto tiene?

–No existe tal Hombre de Arena, cariño –me respondió mi madre–. Cuando digo: viene el Hombre de Arena, quiero decir que tenéis que ir a la cama y que vuestros párpados se cierran involuntariamente como si alguien os hubiera tirado arena a los ojos.

La respuesta de mi madre no me satisfizo y mi infantil imaginación adivinaba que mi madre había negado la existencia del Hombre de Arena para no asustarnos. Pero yo le oía siempre subir las escaleras.

Lleno de curiosidad, impaciente por asegurarme de la existencia de este hombre, pregunté a una vieja criada que cuidaba de la más pequeña de mis hermanas, quién era aquel personaje.

–¡Ah mi pequeño Nataniel! –me contestó–, ¿no lo sabes? Es un hombre malo que viene a buscar a los niños cuando no quieren irse a la cama y les arroja un puñado de arena a los ojos haciéndoles llorar sangre. Luego, los mete en un saco y se los lleva a la luna creciente para divertir a sus hijos, que esperan en el nido y tienen picos encorvados como las lechuzas para comerles los ojos a picotazos.

Desde entonces, la imagen del Hombre de Arena se grabó en mi espíritu de forma terrible; y, por la noche, en el instante en que las escaleras retumbaban con el ruido de sus pasos, temblaba de ansiedad y de horror; mi madre sólo podía entonces arrancarme estas palabras ahogadas por mis lágrimas: «¡El Hombre de Arena! ¡El Hombre de Arena!» Corría al dormitorio y aquella terrible aparición me atormentaba durante toda la noche.

Yo tenía ya la edad suficiente como para pensar que la historia del Hombre de Arena y sus hijos en el nido de la luna creciente, según la contaba la vieja criada, no era del todo exacta pero, sin embargo, el Hombre de Arena siguió siendo para mí un espectro amenazador. El terror se apoderaba de mí cuando le oía subir al despacho de mi padre. Algunas veces duraba su ausencia largo tiempo; luego, sus visitas volvían a ser frecuentes; aquello duró varios años. No podía acostumbrarme a tan extraña aparición, y la sombría figura de aquel desconocido no palidecía en mi pensamiento. Su relación con mi padre ocupaba cada vez más mi imaginación, la idea de preguntarle a él me sumía en un insuperable temor, y el deseo de indagar el misterio, de ver al legendario Hombre de Arena, aumentaba en mí con los años. El Hombre de Arena me había deslizado en el mundo de lo fantástico, donde el espíritu infantil se introduce tan fácilmente. Nada me complacía tanto como leer o escuchar horribles historias de genios, brujas y duendes; pero, por encima de todas las escalofriantes apariciones, prefería la del Hombre de Arena que dibujaba con tiza y carbón en las mesas, en los armarios y en las paredes bajo las formas más espantosas. Cuando cumplí diez años, mi madre me asignó una habitación para mí solo, en el corredor, no lejos de la de mi padre. Como siempre, al sonar las nueve, el desconocido se hacía oír, y había que retirarse. Desde mi habitación, le oía entrar en el despacho de mi padre, y poco después, me parecía que un imperceptible vapor se extendía por toda la casa. La curiosidad por ver al Hombre de Arena de la forma que fuese crecía en mí cada vez más. Alguna vez abrí mi puerta, cuando mi padre ya se había ido, y me deslicé en el corredor; pero no pude oír nada, pues siempre habían cerrado ya la puerta cuando alcanzaba la posición adecuada para poder verle. Finalmente, empujado por un deseo irresistible, decidí esconderme en el gabinete de mi padre, y esperar allí mismo al Hombre de Arena.

El Hombre de Arena
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MensajePublicado: Jue Ene 25, 2007 12:00 pm 
Asunto: Somerset Maugham

William Somerset Maugham nació el 25 de enero de 1874, técnicamente en el Reino Unido: en la embajada británica en París. Su padre, un abogado inglés que trabajaba para la embajada, quiso que naciera en ella para evitar que pudiera algún día ser llamado a filas en el ejército francés.

Quisiera ponerles aquí alguna de sus historias cortas (a veces, cortísimas) de ambiente oriental, obras maestras del género, pero no tengo el texto a mano...

"I'm not sure. Do you mean that you could have forgiven him if he'd left you for a woman, but not if he's left you for an idea? You think you're a match for the one, but against the other you're helpless?"

Mrs. Strickland gave mt a look in which I read no great friendliness, but did not answer. Perhaps I had struck home. She went on in a low and trembling voice:

"I never knew it was possible to hate anyone as much as I hate him. Do you know, I've been comforting myself by thinking that however long it lasted he'd want me at the end? I knew when he was dying he'd send for me, and I was ready to go; I'd have nursed him like a mother, and at the last I'd have told him that it didn't matter, I'd loved him always, and I forgave him everything."

I have always been a little disconcerted by the passion women have for behaving beautifully at the death-bed of those they love. Sometimes it seems as if they grudge the longevity which postpones their chance of an effective scene.

"But now -- now it's finished. I'm as indifferent to him as if he were a stranger. I should like him to die miserable, poor, and starving, without a friend. I hope he'll rot with some loathsome disease. I've done with him."

The Moon and Sixpence

—No estoy seguro. ¿Quiere decir que podría haberle perdonado si la hubiera dejado por otra mujer, pero no si la ha dejado por una idea? ¿Cree usted que puede competir con la primera, pero contra la segunda está desarmada?

Mrs. Strickland me echó una mirada poco amistosa, pero no respondió. Tal vez había dado en el clavo. Prosiguió con voz baja y temblorosa:

—Nunca pensé que fuera posible odiar a alguien tanto como le odio a él. ¿Sabe?, me consolaba pensando que, por mucho que durase, al final me necesitaría. Sabía que cuando se estuviera muriendo me llamaría, y estaba dispuesta a ir; le hubiera cuidado como una madre, y al final le hubiera dicho que no importaba, que siempre le había querido, que se lo perdonaba todo.

Siempre me ha parecido un poco desconcertante esa pasión que tienen las mujeres por mostrar un comportamiento admirable junto al lecho de muerte de sus seres queridos. A veces parece como si resintieran la longevidad que retrasa su oportunidad de hacer una buena escena.

—Pero ahora, ahora se acabó. Me es tan indiferente como si fuera un desconocido. Me gustaría que muriera miserablemente, pobre, hambriento, sin amigos. Espero que se pudra con alguna enfermedad asquerosa. He acabado con él.

La luna y seis peniques

(Esta novela se basa, vagamente, en la vida del pintor Gauguin, rebautizado como Strickland).
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Responder citando
MensajePublicado: Lun Ene 29, 2007 5:18 pm 
Asunto: Blasco Ibáñez

Vicente Blasco Ibáñez nació en Valencia, el 29 de enero de 1867.

El establo de Eva


Siguiendo con mirada famélica el hervor del arroz en la paella, los segadores de la masía escuchaban al tío Correchola, un vejete huesudo que enseñaba por la entreabierta camisa un matorral de pelos grises.

Las caras rojas, barnizadas por el sol, brillaban con el reflejo de las llamas del hogar: los cuerpos rezumaban el sudor de la penosa jornada, saturando de grosera vitalidad la atmósfera ardiente de la cocina, y a través de la puerta de la masía, bajo un cielo de color violeta en el que comenzaban a brillar las estrellas, veíanse los campos pálidos e indecisos en la penumbra del crepúsculo, unos segados ya, exhalando por las resquebrajaduras de su corteza el calor del día, otros con ondulantes mantos de espigas, estremeciéndose bajo los primeros soplos de la brisa nocturna.

El viejo se quejaba del dolor de sus huesos. ¡Cuánto costaba ganarse el pan!... Y este mal no tenía remedio: siempre existían pobres y ricos, y el que nace para víctima tiene que resignarse. Ya lo decía su abuela: la culpa era de Eva, de la primera mujer... ¿De qué no tendrán culpa ellas?

Y al ver que sus compañeros de trabajo -muchos de los cuales lo conocían poco tiempo- mostraban curiosidad por enterarse de la culpa de Eva, el tío Correchola comenzó a contar, con pintoresco valenciano, la mala partida jugada a los pobres por la primera mujer.

El suceso se remontaba nada menos que a algunos años después de haber sido arrojado del Paraíso el rebelde matrimonio, con la sentencia de ganarse el pan trabajando.

Adán se pasaba los días destripando terrones y temblando por sus cosechas; Eva arreglaba, en la puerta de su masía, sus zagalejos de hojas..., y cada año un chiquillo más formándose en torno de ellos un enjambre de bocas que sólo sabían pedir pan, poniendo en un apuro al pobre padre.

De cuando en cuando revoloteaba por allí algún serafin, que venía a dar un vistazo al mundo para contar al Señor cómo andaban las cosas de aquí abajo después del primer pecado.

-Niño!... ¡Pequeñín! -gritaba Eva con la mejor de sus sonrisas-. ¿Vienes de arriba? ¿Cómo está el Señor? Cuando le hables, dile que estoy arrepentida de mi desobediencia... ¡Tan ricamente que lo pasábamos en el Paraíso!... Dile que trabajamos mucho, y sólo deseamos volver a verle para convencernos de que no nos guarda rencor.

-Se hará como se pide -contestaba el serafín.

Y con dos golpes de ala, visto y no visto, se perdía entre las nubes. Menudeaban los recados de este género, sin que Eva fuese atendida. El Señor permanecía invisible, y según noticias, andaba muy ocupado en el arreglo de sus infinitos dominios, que no le dejaban un momento de reposo.

Una mañana, un correveidile celeste se detuvo ante la masía.

-Oye, Eva: si esta tarde hace buen tiempo, es posible que el señor baje a dar una vueltecita. Anoche, hablando con el arcángel Miguel, preguntaba: «~,Qué será de aquellos perdidos?»

Eva quedó como anonadada por tanto honor. Llamó a gritos a Adán, que estaba en un bancal vecino doblando, como siempre, el espinazo. ¡La que se armó en la casa! Lo mismo que en víspera de la fiesta del pueblo, cuando las mujeres vuelven de Valencia con sus compras. Eva barrió y regó la entrada de la masía, la cocina y los estudis; puso a la cama la colcha nueva, fregoteó las sillas con jabón y tierra, y entrando en el aseo de las personas, se plantó su mejor saya, endosando a Adán una casaquilla de hojas de higuera que le había arreglado para los domingos.

Ya creía tenerlo todo corriente, cuando le llamó la atención el griterío de su numerosa prole. Eran veinte o treinta..., o Dios sabe cuántos. ¡Y cuán feos y repugnantes para recibir al Todopoderoso! El pelo enmarañado, la nariz con costras, los ojos pitarrosos, el cuerpo con escamas de suciedad.

-,Cómo presento esta pillería -gritaba Eva-. El Señor dirá que soy una descuidada, una mala madre... ¡Claro, los hombres no saben lo que es bregar con tanto chiquillo!

Después de muchas dudas, escogió los preferidos (qué madre no los tiene!), lavó los tres más guapitos, y a cachetes llevó hasta el retablo a todo aquel rebaño triste y sarnoso, encerrándolo, a pesar de sus protestas.

Ya era hora. Una nube blanquísima y luminosa descendía por el horizonte, y el espacio vibraba con rumor de alas y la melodía de un coro que se perdía en el infinito, repitiendo con mística monotonía:

¡Hosanna!, ¡hosanna!...Ya echaban pie a tierra, ya venían por el camino, con tal resplandor que parecía que todas las estrellas del cielo habían bajado a pasear por entre los bancales de trigo.

Primero llegó un grupo de arcángeles: el piquete de honor. Envainaron las espadas de fuego, dirigieron unos cuantos chicoleos a Eva, asegurando que por ella no pasaban años y aún estaba de buen ver, y con marcial franqueza se esparcieron después por los campos, subiéndose a las higueras, mientras Adán maldecía por lo bajo, dando ya por perdida su cosecha.

Después llegó el Señor: las barbas de resplandeciente plata, y en la cabeza un triángulo que deslumbraba como el sol. Tras él, San Miguel y todos los ministros y altos empleados de la corte celestial.

Acogió el Señor a Adán con una sonrisa bondadosa, y a Eva le dió un golpecito en la barba, diciéndole:

-¡Hola, buena pieza! ¿Ya no eres tan ligera de cascos?

Emocionados por tanta amabilidad los esposos ofrecieron al Señor una silla de brazos. ¡Qué silla, hijos míos! Ancha, cómoda, de algarrobo fuerte, y con un asiento de trencilla de esparto del más fino, como la pueda tener el cura del pueblo.

El Señor arrellanado muy a su gusto, se enteraba de los negocios de Adán, de lo mucho que le costaba ganar el sustento de los suyos.

-Bien, muy bien -decía-. Esto te enseñará a no aceptar los consejos de tu mujer. ¿Creías que todo iba a ser la sopa boba del Paraíso? Rabia, hijo mío; trabaja y suda; así aprenderás a no atreverte con tus mayores.

Pero el Señor, arrepentido de su rudeza, añadió con tono bondadoso:

-Lo hecho, hecho está, y mi maldición debe cumplirse. Yo sólo tengo una palabra. Pero ya que he entrado en vuestra casa, no quiero irme sin dejar un recuerdo de mi bondad. A ver, Eva: acércame esos chicos.

Los tres arrapiezos formaron en fila frente al Todopoderoso, que los examinó atentamente un buen rato.

-Tú -dijo al primero, un gordiflón muy serio, que le escuchaba con las cejas fruncidas y un dedo en la nariz-, tú serás el encargado de juzgar a tus semejantes.

Fabricarás la ley, dirás lo que es delito, cambiando cada siglo de opinión, y someterás todos los delincuentes a una misma regla, que es como si a todos los enfermos los curasen con el mismo medicamento.

Después señaló al otro, un morenito vivaracho, siempre con un palo para sacudir a sus hermanos.

-Tú serás un guerrero, un caudillo. Llevarás tras de ti a los hombres como el rebaño que marcha al matadero, y, sin embargo, te aclamarán: la gente, al verte cubierto de sangre, te admirará como un semidiós. Si los otros matan, serán criminales; si tú matas, serás héroe. Inunda de sangre los campos, pasa los pueblos a hierro y fuego, destruye, mata, y te cantarán los poetas y escribirán tus hazañas los historiadores. Los que sin ser tú hagan lo mismo, arrastrarán cadenas.

Reflexionó el Señor un momento, y se dirigió al tercero.

-Tú acapararás las riquezas del mundo, serás comerciante, prestarás dinero a los reyes, tratándolos como iguales, y si arruinas a todo un pueblo, el mundo entero admirará tu habilidad.

El pobre Adán lloraba de agradecimiento, mientras Eva, inquieta y temblorosa, intentaba decir algo, sin decidirse a ello. En su corazón de madre se agitaba el remordimiento; pensaba en los pobrecitos encerrados en el establo que iban a quedar excluídos del reparto de mercedes.

-Voy a enseñárselos -decía por lo bajo a su marido.

Y éste, tímido siempre, se oponía murmurando:

-Sería demasiado atrevimiento. Se enfadará el Señor.

Justamente, el arcángel Miguel, que había venido de mala gana a la casa de aquellos réprobos, daba prisas a su Amo.

-Señor, que es tarde.

El Señor se levantó; la escolta de arcángeles, bajando de los árboles, acudió corriendo para presentar armas a la salida. Eva, impulsada por su remordimiento, corrió al establo, abriendo la puerta.

-Señor, que aún quedan más. Algo para estos pobrecitos.

El Todopoderoso miró con extrañeza aquella caterva sucia y asquerosa que se agitaba en el estiércol como un motón de gusanos.

-Nada me queda que dar –dijo-. Sus hermanos se lo han llevado todo. Ya pensaré, mujer; ya veremos más adelante.

San Miguel empujaba a Eva para que no importunase mas al Amo; pero ella seguía suplicando:

-Algo, Señor; dadles cualquier cosa. ¿Qué van a hacer estos pobres en el mundo?

El Señor deseaba irse, y salió de la masía.

-Ya tienen destino –dijo a la madre. Estos se encargarían de servir y mantener a los otros.

-Y de aquellos infelices –terminó el viejo segador-, que nuestra primera madre ocultó en el establo, descendemos nosotros que vivimos sobre la tierra.
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MensajePublicado: Mie Ene 31, 2007 12:45 pm 
Asunto: Zane Grey

Pearl Zane Gray, que más tarde prescindió de su primer nombre (también, ponerle "Perla" a un chico, menudo trauma en la escuela) y cambió su apellido por "Grey", nació en Zanesville (ciudad fundada por su antepasado Ebenezer Zane), Ohio, el 31 de enero de 1872.

His mother divined what he knew. And her embrace was so close, almost fierce in its tenderness, her voice so broken, that Lane could only hide his face over her, and shut his eyes, and shudder in an ecstasy. God alone had omniscience to tell what his soul needed, but something of it was embodied in home and mother.

THE DAY OF THE BEAST


Su madre adivinó lo que él sabía. Y su abrazo fue tan apretado, casi fiero en su ternura, su voz tan quebrada, que Lane sólo pudo esconder su rostro sobre ella, cerrar los ojos, y temblar en éxtasis. Sólo Dios tenía omnisciencia para decir lo que necesitaba su alma, pero algo de ello tomaba forma en el hogar y en su madre.

El día de la bestia
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MensajePublicado: Jue Feb 01, 2007 3:43 pm 
Asunto: Sampedro

José Luis Sampedro nació en Barcelona, el 1 de febrero de 1917.

—¿Duerme ahí el niño? —y, ante el mudo asentimiento, insiste—: ¿También por las noches?... Pero —explota indignado— ¿es que aquí en Milán estos niños tan pequeños no duermen con sus padres? ¿Quién les cuida, entonces?
—Eso era antes; cuando yo servía de niñera. Ahora no; los médicos mandan que duerman solos.
—¡Qué barbaridad! ¿Y si lloran, y si les pasa algo?
—A esta edad ya no... Mire, mejor que la señora no cuida nadie a un niño. Lo mide, lo pesa, lo lleva al mejor doctor... ¡Y tiene un libro lleno de estampas que lo explica todo!
«¡Un libro!», piensa despreciativo el viejo, mientras la mujer sale del cuarto. «Si hicieran falta libros para eso, ¿cómo hubieran criado a sus hijos todas las buenas madres que no saben leer? Está claro: ¡por eso los crían mejor y no los echan lejos antes de tiempo!»
Ahora le llena de compasión el pequeño rostro adormilado, la manita aferrada al borde de la colcha con bruscos movimientos de inquietud... «¡Qué indefenso le dejan!» Pasa su propia mano sobre su mejilla, en efecto, su barba le raspa.
«¡Pobrecillo, toda la noche solo! ¡Si todavía no habla!... ¿Y si no le oyen lllorar?»


[...]


—¡No le coja, señor Roncone! —advierte Anunziata, apareciendo de repente en la puerta—. A la señora no le gusta.
—¿Por qué? ¡La vejez no se contagia!
—¡Señor, qué cosas dice usted! Es que a los niños no hay que cogerles en brazos. Se acostumbran, ¿sabe? Lo dice el libro.
—¿Y a qué han de acostumbrarse? ¿A que nadie les toque?... ¡Libros! ¿Sabe usted por dónde me los paso? ¡Justo, señora, por ahí mismo!... ¡Libros! ¡Hasta a los cabritillos, que van solos a la teta apenas nacen, les lame la madre todo el día, y son animales!

La sonrisa etrusca

(¡Cómo me gusta este abuelo!)
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MensajePublicado: Vie Feb 02, 2007 10:47 am 
Asunto: Damião de Góis

Hoy se cierra el ciclo, hace un año que empezó esta historia. A partir de ahora, antes de añadir un nuevo aniversario hay que comprobar que no nos repetimos (aunque sin duda algunos autores merecen una repetición).

El 2 de febrero de 1502 nació en Alenquer, Portugal, el filósofo, humanista e historiador Damião de Góis. Fue uno de los pocos que relató y condenó la masacre de Lisboa de 1506, en que murieron entre dos mil y cuatro mil judíos conversos; una negra página que otros historiadores han preferido ignorar:

No mosteiro de São Domingos da dita cidade estava uma capela a que chamava de Jesus, e nela um crucifixo, em que foi então visto um sinal, a que davam cor de milagre, com quanto os que na igreja se acharam julgavam ser o contrário dos quais um cristão-novo disse que lhe parecia uma candeia acesa que estava posta no lado da imagem de Jesus, o que ouvindo alguns homens baixos o tiraram pelos cabelos de arrasto para fora da igreja, e o mataram, e queimaram logo o corpo no Rossio. Ao qual alvoroço acudiu muito povo, a quem um frade fez uma pregação convocando-os contra os cristãos-novos, após o que saíram dois frades do mosteiro, com um crucifixo nas mãos bradando, heresia, heresia, [...] tirando-os delas de arrasto pelas ruas, com seus filhos, mulheres, e filhas, os lançavam de mistura vivos e mortos nas fogueiras, sem nenhuma piedade, e era tamanha a crueza que até nos meninos, e nas crianças que estavam no berço a executavam, tomando-os pelas pernas fendendo-os em pedaços, e esborrachando-os de arremesso nas paredes.

Chronica do Felicissimo Rey D. Emanuel da Gloriosa Memória

En el monasterio de Santo Domingo de dicha ciudad había una capilla llamada de Jesús, y en ella un crucifijo, en el que entonces se vio una señal, a la que consideraban un milagro pues así lo juzgaban cuantos en la iglesia se hallaban, al contrario de los cuales un cristiano nuevo dijo que le parecía una vela encendida que estaba puesta al lado de la imagen de Jesús, lo que oyendo algunos hombres viles lo arrastraron por los cabellos fuera de la iglesia, y lo mataron, y quemaron luego el cuerpo en el Rossio. Al cual alboroto acudió mucha gente, a los que un fraile hizo una prédica convocándolos contra los cristianos nuevos, tras lo cual salieron dos frailes del monasterio, con un crucifijo en las manos gritando herejía, herejía, [...] sacándolos de ellas a rastras por las calles, con sus hijos, mujeres e hijas, los lanzaban mezclados vivos y muertos en las hogueras, sin ninguna piedad, y era tanta la crueldad que incluso la ejecutaban con los niños y con los bebés que estaban en la cuna, tomándolos por las piernas y partiéndolos en pedazos, y los aplastaban lanzándolos contra las paredes.

Crónica del Felicísimo rey Don Manuel, de Gloriosa Memoria
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